Esta semana ha reaparecido en los periódicos el partido Alternativa Socialdemócrata, exitosa opción en el 2006 que, sin embargo, no fue capaz de conservar su atractivo para los electores y dejó de interesarle a los medios de comunicación, que sólo se han asomado a ver lo que ocurre en ese partido cuando el ruido de su conflicto interno sale de su edificio.
Primero fueron las notas sobre la conferencia de prensa donde Patricia Mercado anunció su intención de volver a dirigir al partido; después el lunes aquí mismo en La Crónica Ricardo Becerra abordaba con sensibilidad el asunto del conflicto que ha paralizado a Alternativa y le ha impedido desplegar una estrategia política clara, en uno u otro sentido, al tiempo que desgasta las posibilidades de emerger no como una alternativa más, sino como una auténtica Alternativa, en el sentido de otra acepción de la palabra, aquella que significa contraposición a los modelos oficiales comúnmente aceptados. Luego, ayer en Reforma, Granados Chapa ha glosado con amplitud el discurso de Patricia el día de su anuncio.
Y es que el tema tiene realmente interés. En la contienda interna de Alternativa se están discutiendo temas trascendentes para la política mexicana. No se trata, como se podría pensar, simplemente de un enfrentamiento entre personalidades, que por simple vanidad o ambición personal, se disputan el control del botín del registro. Esa es la imagen a la que nos tienen acostumbrados los partidos mexicanos, tan ajenos al debate político de fondo. Pero en Alternativa la discusión involucra no a dos dirigentes, sino a dos visiones de partido, dos estrategias excluyentes, dos políticas de alianzas diferenciadas y dos maneras de entender la organización del partido. Y cada estrategia, de llevarse a cabo, jugaría un papel diferente en el escenario político nacional, por lo que no es un asunto que sólo interese a los integrantes del partido, sino que es un escenario de confrontación en el que otras fuerzas tienen incentivos para intervenir.
Ambas corrientes han dejado explícitos sus proyectos y sus intenciones. La que encabeza Alberto Begné, actual presidente del partido, funda su análisis en la pretensión de que existen sectores progresistas del PRI con los que se puede aliar Alternativa y servir como bisagra de un acuerdo de esos sectores con la posible dirección del PRD encabezada por Nueva Izquierda, con la que mantiene un idilio.
Esta visión ideológica no es nueva. La ilusión de un ala priista capaz de encabezar una coalición “progresista” que lleve al gobierno a otros grupos ha estado presente en la imaginería de la izquierda una y otra vez a lo largo de su historia. Fue la fantasía de Lombardo Toledano en su época de decadencia; fue la de Aguilar Talamantes y su PST echeverriísta y lopezportillista; lo fue también la de todos aquellos que vieron la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas en 1998 como la hora señalada; fue la López Obrador durante su presidencia del PRD, cuando buscó a cuanto disidente del PRI se le cruzara en el camino para bautizarlo en las aguas del Jordán democrático y convertirlo en candidato de su partido. Según esta visión, la izquierda es incapaz de construir por sí misma un polo político lo suficientemente atractivo como para crecer y llegar al poder. Sólo con una alianza con el PRI o provocando la ruptura del PRI.
Y esa visión tenía algún sentido cuando el PRI era el partido único y una izquierda enjuta buscaba algún resquicio para hacer avanzar algunos puntos programáticos. Después se volvió la vía para alcanzar posiciones a la saga de los disidentes con arrastre y clientelas. Y hoy subsiste precisamente porque de tanto voltear a ver al PRI a la izquierda se le pegaron los modos y acabó por ser incapaz de hacer la crítica de la manera priista de hacer política. Pero siempre existió otra izquierda, que se pensaba contrahegemónica, que se arriesgaba a imaginar maneras de hacer las cosas distintas. Una izquierda que se revelaba contra los controles sindicales autoritarios del priismo, que se indignaba con la manipulación de los campesinos, convertidos en clientelas ignorantes y empobrecidas gracias a los cuales medraban en sus carreras líderes enriquecidos.
Y ese es el debate en el que está metida Alternativa hoy. Cuando Patricia Mercado anuncia su candidatura lo que dice es que pretende recuperar el partido para hacer política con otros métodos y con otro programa: una política hecha por personas autónomas, mujeres y hombres libres asociados en torno a causas específicas que se articulan en un proyecto nacional. Y la estrategia para consolidar el proyecto es también la autonomía. Un partido con identidad propia, reconocido por los electores por su independencia, que hace avanzar su agenda a través de alianzas, desde luego, pero alianzas concretas, construidas en torno a programas, no sólo como mecanismos para conservar el registro, obtener cargos de elección para los dirigentes o conseguir recursos.
Es lógica la cercanía de Alberto Begné con Jesús Ortega. Comparten su complacencia frente a las formas priistas de hacer política. No tienen resquemores contra ellas y toleran, cuando no ven con buenos ojos, su carácter patrimonial. Pero muchos en Alternativa quieren honrar los compromisos hechos durante la campaña y buscan hacer un partido diferente.
Sólo una corrección a lo escrito por Becerra: el proceso actual de Alternativa no es una ruleta rusa. Los estatutos no están diseñados para que el que gane se lleve todo y el que pierda se vaya a su casa. Por el contrario, convierte a un Consejo Político plural en una instancia viva, en un espacio de formación de coaliciones que pueden variar con las circunstancias. Cuando termine el actual proceso, ganará una coalición, no un caudillo. Y esa coalición se podrá modificar en función del desempeño de la dirección. Es un diseño parlamentario, donde queda espacio para la pluralidad. Será decisión de cada quien quedarse o irse cuando se conozcan los resultados.
Publicado el 23 de enero de 2008 en La Crónica de Hoy.
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